El novio y el padre de una joven ocultaron que ya se conocían, y la razón la sorprendió – Historia del día

El pasado siempre vuelve a recordarnos que no hay secretos que duren para siempre. Una joven cuenta la historia de cómo descubrió que su padre y su prometido tenían un oscuro secreto en común.

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Conocí a Gabriel Palencia hace dos años. Él daba una conferencia sobre la importancia del trabajo social en los juzgados familiares, y su pasión por la ley y la justicia me impactaron.

Imagen con fines ilustrativos. | Fuente: Unsplash

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Después del evento lo busqué para agradecerle, y trabamos conversación. Él tenía doce más que yo, y no esperaba que las cosas fueran por otro carril que los profesionales.

Pero lo que empezó como una colaboración académica terminó, a las pocas semanas, en una tarde de trabajo que devino naturalmente una cena romántica. Una cosa lleva a la otra, y pronto estábamos saliendo.

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Cuando un par de meses después vi que la cosa iba en serio, pensé que era hora de que conociera a mis padres. Él, sin embargo, se mostraba inusualmente tímido al respecto y siempre aplazaba ese momento.

Creí que sería la diferencia de edad, así que le conté que mi papá también es mayor que mi mamá. Y que ambos eran gente adorable y de mente abierta, que no se iban a molestar.

Finalmente, tras mucho insistir, Gabriel accedió a conocer a mis padres. Empecé a hacer planes para el gran día.

La tarde antes de la cena acordada, casualmente pasé a buscar un café por una cafetería del centro. Lo que vi me llamó poderosamente la atención: ¡allí estaba mi padre, compartiendo un café con Gabriel!

Imagen con fines ilustrativos. | Fuente: Unsplash

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Pensé en acercarme a saludarlos, pero en lo que tardé en pagar mi café y mi bagel ambos se habían desvanecido como por arte de magia. Los busqué afuera, pero solo alcancé a ver el auto de mi padre que se perdía en una esquina.

¿Cómo se habrían conocido? Los había visto enfrascados en conversación, y ambos son personas muy formales como para mostrarse tanta confianza: parecía más un café de viejos amigos que uno de personas que acaban de conocerse.

¿Por qué no me habían dicho que se conocían? ¿Por qué se habrían marchado? ¿O sería que no sabían de mi conexión con ambos?

Fui a casa y me enfrasqué en la cocina. Ya habría tiempo para saber qué pasaba. Poco después de dejar todo listo sonó el timbre.

Los primeros en llegar fueron mis padres, con una botella de vino blanco. Minutos después llegó Gabriel. Preferí hacer de cuenta que no sabía nada, para ver cómo se desarrollaba la situación.

“Mucho gusto en conocerlo, señor Corrado”, dijo Gabriel. “Julia me habló mucho de usted”.

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Imagen con fines ilustrativos. | Fuente: Pixabay

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“Igualmente”, dijo papá. “¡Y todas cosas buenas! Julia me comentó que eres abogado”.

Nos sentamos a la mesa y comencé a servir los aperitivos y el vino. Papá y Gabriel actuaron como si se estuvieran conociendo por primera vez. Sabía que estaba pasando algo raro, pero ¿qué?

Estábamos comiendo el postre cuando finalmente estallé. “¿Qué pasa?”, pregunté, interrumpiendo a papá en medio de su historia favorita de pesca.

“¿Cómo que qué pasa?”, preguntó mamá, perpleja. “Pero si todo va bien”.

“Entre papá y Gabriel. Sé que ustedes se conocen, los vi hoy en la cafetería”, dije. “Pueden dejar de actuar”.

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Gabriel y mi papá intercambiaron una mirada incómoda y elocuente. Entonces Gabriel habló: “Bueno, Julia, sí, resulta que tu papá y yo nos conocemos muy bien”.

“¿Pero cómo? ¿Y por qué no me lo dijeron?”, protesté, ya molesta.

Imagen con fines ilustrativos. | Fuente: Shutterstock

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“Mi Julita”, dijo mi papá, y me tomó a mano. “Hace tiempo que Gabriel quería contártelo, tan pronto como se dio cuenta de quién eras, pero le rogué que no lo hiciera”.

“¿Le pediste que me mintiera? ¿Para qué?”

“Mira, mi amor”, dijo Gabriel. “Yo pasé cinco años en prisión…”

“¿¡En prisión!?”, grité. “¿Y qué clase de crimen cometiste? ¡Y por qué no me lo dijiste!”. Me puse de pie con la intención de marcharme, pero mamá me detuvo.

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“Espera, escucha la historia primero”, me pidió con calma mi madre.

“¿Estaba por vincularme de por vida con un exconvicto y me pides que lo escuche?”, me indigné.

“Sí, cariño. Y créeme que sé cómo te sientes”, me dijo, con una nota de tristeza que me hizo sentar de inmediato.

“Gabriel y yo nos conocimos en la cárcel”, dijo mi padre. “Tenías diez años, así que te dijimos que yo hice un viaje de negocios, pero pasé esos nueve meses preso”.

Imagen con fines ilustrativos. | Fuente: Shutterstock

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“¿Preso? ¿Por qué?”, pregunté, anonadada.

“Por confiar en la gente equivocada. Verás, mis socios establecieron una asociación fraudulenta y me hicieron responsable a mí. Gabriel era mi compañero de celda y me ayudó a mantener la calma y recuperar mi vida”.

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“Verás, podría haber pasado diez años en prisión, pero Gabriel me ayudó a encontrar una manera de comprobar mi inocencia. Fue él quien escribió los alegatos que finalmente hicieron que recuperara la libertad y no te quedaras sin padre”.

“Nos salvamos uno al otro, Leo”, dijo Gabriel con una sonrisa. “Pero nunca pensé que me enamoraría de tu hija”.

“¿Y tú? ¿Por qué estabas preso?”, le pregunté a mi novio.

“Recordarás que te conté que soy de un pueblo pequeño y tuve que venirme a la capital para estudiar derecho”, dijo. “Bueno, viví con una tía y tres primos. Yo no lo sabía, pero uno de ellos se involucró en un asunto de drogas, y escondió las sustancias en casa”.

“Alguien denunció que en casa se vendían drogas, y cuando la policía hizo un allanamiento mi tía y mis primos me culparon a mí”, contó. “No tuve cómo probar lo contrario, así que fui a la cárcel. Terminé mis estudios desde allí, y empecé a representar a otros presos, así que para cuando salí en libertad tenía más experiencia que muchos abogados de más edad”.

Imagen con fines ilustrativos. | Fuente: Unsplash

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